El sueño de Dios, de una humanidad liberada del odio que intoxica, donde no hay forasteros sino conciudadanos reconciliados resonó en la Iglesia de la Santa Cruz en Nicosia, en el encuentro ecuménico del Santo Padre con un grupo de migrantes. Al responder a cada testimonio, el Pontífice llamó a no “resignarnos a vivir en un mundo dividido”, a no quedarnos callados e indiferentes ante el sufrimiento.