La virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo CEC No. 1817.
No hay que desesperar, ni pretender que el Señor abrevie sus caminos. Él llegará en tiempo oportuno. Aunque veamos que nuestra casa se ha venido al suelo; aunque todo esfuerzo para detener en pie la Congregación haya sido inútil: aunque veamos dispersos los obreros, y esparcidas nuestra ruina, no desmayemos en la empresa; y sí alegrémonos, porque eso indica que el Señor está cerca, muy cerca de nosotros.
Cartas a susCongregantes p. 210.