El Venerable José Antonio Plancarte y Labastida, hombre elegido por Dios. Apóstol de Jesucristo, se supo siempre consagrado para la gloria de Dios y el bien de los demás: puso al servicio de Dios y de la Iglesia todos los dones que le fueron dados por la gracia y los que en la riqueza de su fuerte personalidad poseía; lo contemplamos en la parte más humana y sensible, imitador de Jesucristo y misericordioso derramando el bien, siendo instrumento de gracia, de salvación, de bienestar y felicidad para los demás. Movido a compasión, a ejemplo de Cristo, se acerca al sufrimiento del hombre para sanar sus dolencias, para remediar todos sus males.
Siente en sus entrañas el amor, la ternura, que lo llevan a darse a los demás. Antonio Plancarte vive el mandato del amor, la exigencia de dar la vida por los demás, la oportunidad de amar a Cristo en el que sufre.
Así nos exhorta:
Santifiquémonos, sacrifiquémonos sin reserva en bien de nuestros semejantes, pongamos en Dios nuestra confianza…
Cartas a sus Congregantes p. 44.
Aprendió que el amor supone renuncia, dolor, sacrificio, por esto puede exclamar:
Que se haga el bien y lo demás poco importa…no tengo corazón para ver sufrir a otros.
Cartas a sus Congregantes p. 72.
Siempre está buscando formas para remediar el sufrimiento que abruma a los demás, no se da por vencido ante los problemas o críticas que se le presentan, al contrario, es capaz de vivir un amor efectivo, y en todas las circunstancias entra dentro de sí, encontrándose con Dios y con vivo deseo de hacer el bien a los demás.
¡Cuarenta y dos años he vivido sobre la tierra! Y durante ese período de pasado, cuantas veces he metido la mano al seno de mi conciencia, no he hallado sino deseos de hacer el bien a mi patria, a mis semejantes… aspiraciones de imprimir a otros mi felicidad; anhelo de compartir mi bienestar con los menesterosos.
Cartas a sus Congregantes p. 140.El amor de Antonio Plancarte es un amor que se dona, que se comparte, un amor de locura, como el de Jesucristo, que da su vida, que ama a sus hermanos y se entrega hasta sufrir la locura de la Cruz para salvarnos.
Muchas veces temo que me juzguen loco, o sumamente variable, que es peor. No, hija; ni estoy loco ni soy variable… Esa mutación continua de sentimientos rueda sobre un eje fijo e invariable: mi deseo de hacer el bien.Cartas a sus Congregantes p. 248.
Este deseo lo concretiza en la realización de buenas obras: buscar la salvación de las almas, la educación de la niñez y juventud, la fundación de la Congregación de Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, asilos y hospitales para hacer el bien a los pobres y enfermos, casas de misión… etc.
Este amor lo hace ser un verdadero padre, no sólo para las congregantes y sus hijos espirituales, sino también para los que se han quedado sin padres biológicos: Tengo que ser padre de esta familia huérfana… Cartas a sus Congregantes p. 283.Cartas a sus Congregantes p. 311.
Para ponerse al servicio del otro hay que renunciar a uno mismo, en este salir de uno mismo suceden dos grandes encuentros: uno con el hermano que nos necesita, el otro encuentro es con uno mismo, descubriendo lo más profundo de tu ser. Dios te integra y permite que te desarrolles en todas tus capacidades y habilidades, si te mueves en la generosidad.
Antonio Plancarte es el Buen Samaritano que se mueve a la compasión con sus hermanos.