La capital de Kazajistán es un laboratorio de credos y culturas donde las atmósferas ex soviéticas se mezclan con el dinamismo de una ciudad que quiere ser un polo asiático de encuentro. «Aquí, el diálogo interreligioso es excelente», afirma monseñor Piotr Pytlowany, «y no es un artificio, sino una forma concreta de vida».